Reseña de la audiencia del 10 de agosto de 2021

AUDIENCIA 035 – 10 DE AGOSTO DE 2021

En la trigésimo quinta audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial de Haydeé Lampugnani, quien fue secuestrada en La Plata y recorrió los CCD Arana, Brigada de Investigaciones de Lanús con asiento en Avellaneda y luego fue llevada a Córdoba, previo paso por Campo de Mayo.También declaró su hijo Gervasio Antonio Díaz y Hugo Pujol, hermano de Graciela Pujol, secuestrada con su compañero José Olmedo y vista en el Pozo de Banfield a principios de octubre de 1976.

El primer testimonio que escuchamos es el de Haydeé Lampugnani, asistente social que al momento de su secuestro trabajaba en el barrio El Gato haciendo promoción comunitaria y formación de la conciencia política, hacía trabajo de base. Fue secuestrada el 5 de octubre de 1976 en la Ciudad de La Plata cerca de la estación del ferrocarril provincial, cuando salía del domicilio donde se estaba quedando. Aclaró que estaba ahí transitoriamente porque hacía unos días habían secuestrado a su suegro, Rafael Díaz Martín, un escribano ya mayor que estaba de visita en La Plata y se había encontrado en un café con el sobrino de Monseñor Plaza, a quien secuestraron en ese mismo momento.

Junto a sus hijos -Rafael tenía 5 años y Gervasio tenía 3- se quedaron dos o tres días en la casa de Graciela Jurado. Cuando quiso encontrarse con su madre para entregarle a los chicos que no estaban pudiendo ir al jardín, las secuestraron. Aunque más adelante en el relato contó que volvió a encontrarse con su compañera, aclaró que Graciela Jurado continúa desaparecida. Eran alrededor de las seis de la tarde, y un grupo de personas armadas y de civil  la subieron a un Ford Falcon; recordó que pusieron la sirena para moverse más rápido. La llevaron a una comisaría que hoy considera que fue la Comisaría 5ta de La Plata. Al llegar a ese lugar la golpearon por haberse resistido en la calle y le dijeron que le iba a pasar lo mismo que a su marido, Guillermo Eduardo Diaz Nieto, que está desaparecido desde 1975 cuando fue secuestrado en Tucumán junto con otras dos personas. Según explicó Haydeé, fueron los primeros detenidos del Operativo Independencia.

La llevaron a Arana, sitio que pudo reconocer con los años. Ahí conoció a Mario Salerno, con quien compartió gran parte de su recorrido por centros clandestinos. Explicó que la sometieron a tormentos y la encerraron sola en una celda hasta que el día 8 de octubre llegó Inés Pedemonte. De Arana, Haydeé recordó los sonidos de otros presos, los tiros, y los nombres de “el Coronel”, “el Francés” y “el Noble”. Calculó que transcurrió alrededor de una semana hasta que los volvieron a trasladar. En esa oportunidad tuvieron que recorrer un tramo al aire libre que le sirve de referencia para reconocer el espacio.

El traslado fue junto con alguien que no pudo reconocer. La llevaron nuevamente a una celda que compartió con Inés Pedemonte y Marlene Kregler Krug. Identificó este tercer lugar como El Vesubio, señaló que estuvieron alrededor de 22 días donde no recibieron ningún alimento e hizo hincapié en la violencia de la guardia. Recordó un pasillo con rejas, otro pasillo perpendicular y celdas hacia ambos lados. En ese mismo espacio estaban Graciela Jurado y Nilda Eloy. Del otro lado de la pared estaban los varones, recordó a Mendoza Calderón “El Piura”, Mario Salerno y Horacio Matoso. Mencionó a un miembro de la guardia al que llamaban “el paraguayo”, que había grupos que iban allí específicamente a torturar y también contó que volvió a escuchar el nombre de “el Coronel” y “el Francés”.

En este sitio también fue sometida a tormentos y recordó otras prácticas intimidatorias como prender música a cualquier hora, quemar libros o bañarlos a manguerazos. “Este lugar ademas de ser de concentración era de exterminio (…) no solo era la tortura sino tambien la afrenta a la dignidad de la persona” declaró Haydeé. Cuando los iban a trasladar vio a una persona en el pasillo de El Vesubio que dijo llamarse Jaramillo, él les contó que había sido citado a la empresa donde trabajaba, SAIAR, para cobrar su indemnización y cuando salió de ahí lo secuestraron; “quiero dejar claro y subrayar la complicidad empresarial”. Haydeé contó que este caso la conmovió mucho porque después se enteró de la historia tan dramática de la esposa de Jaramillo.

Calculó que alrededor del 30 o 31 de octubre los volvieron a trasladar en autos a la Brigada de Investigaciones de Lanús -que decidió llamar así y no El infierno “para que quede claro de quién estamos hablando”-. Allí llevaron también a Horacio Matoso, Mendoza Calderón, Mario Salerno, Nilda Eloy y Graciela Jurado. Los metieron en una celda a todos juntos, no entraban todos acostados a la vez pero como estaban tan mal físicamente se iban turnando para poder descansar. En este sitio tampoco les dieron de comer, les dieron solo un poco de agua y los llevaron una sola vez al baño en cinco o seis días. De este lugar también recordó a una persona que llamaban “el Colorado” -que más adelante dudó si no sería el “Pingüino”- que estaba muy lastimado y que llevaban a Campo de Mayo periódicamente hasta que una vez ya no volvió.

La sacaron nuevamente, junto con Mario Salerno, los metieron en el baúl de un auto y por lo que pudieron apreciar, los llevaron a algo como un descampado, recuerda haber presenciado una ceremonia como un saludo a la bandera. Los subieron a un avión y pudieron reconocer este nuevo sitio como Campo de Mayo. Recuerda que le dieron una pastilla y la escupió, cuando le dijeron “tomala que es una pastilla” Salerno reconoció la voz de quien hablaba: era Pinchevsky, Haydeé explicó que solo lo conocía porque llevaba a su hijo al jardín de Bienestar Social del que ella era directora.

Los llevaron a Córdoba, Haydeé escuchó que cuando estaban por aterrizar pidieron pista: “dijeron traemos dos paquetes para Sasiaiñ que era jefe de la Brigada aerotransportada de Córdoba”. Los recibió gente del Tercer Cuerpo, uno se identificó como Manzanei y cree que el otro era Barreiro; fueron llevados a La Perla. “Acá quiero decir algo, yo era supuestamente una presa de la policía bonaerense, por los lugares por los que estaba pasando. El traslado a la Perla, jurisdicción del Tercer Cuerpo del Ejército, prueba la coordinación y la sistematización del diseño represivo”.

En la Perla también fue sometida a tormentos, recalcó la ferocidad de los mismos y lo relacionó con que “estos represores venían del Comando Libertadores de América”. Un día que limpiaron la celda los sacaron afuera y Pinchevsky le dijo que la iban a legalizar. Recordó que otro preso que los curaba le contó que Mario Salerno no estaba bien de salud, eso fue lo último que supo de él. En la Perla estuvo desde principios hasta finales de noviembre de 1976.

Volvieron a trasladarla, esta vez a la Prisión Militar que se llama el Campo de la Rivera. Allí estuvo solo un día, la interrogaron y la llevaron a la Penitenciaría de Córdoba. Le hicieron un control de salud y pesaba 38 kilos. Allí estuvo encerrada todo el tiempo en una celda individual, todas estaban muy incomunicadas. “Digo todo esto para comparar la situación de detención que hoy, por suerte, gozan algunos de los acusados” afirmó la testimoniante. Siguió sin aparecer en una lista de presos legales hasta el 12 de abril, más de seis meses desde su secuestro en los que no solo no supieron de ella sino que ella estuvo sin saber de sus hijos: habían sido llevados a Catamarca por su madre y quedaron con sus abuelos paternos por el peligro que era La Plata.

Estuvo en la Penitenciaría de Córdoba hasta el 28 o 29 de noviembre de 1977 que volvieron a trasladar en un camión a otro avión que los llevó a Buenos Aires. Estuvo en Devoto hasta mayo del año 1978. “Nosotros somos una familia diezmada por la represión, a mis hijos los vi recién en febrero de 1978” concluyó Haydeé.

Cuando las querellas le preguntaron sobre qué trataban los interrogatorios a los que la sometieron, Haydeé señaló que le preguntaban por otras personas, por sus actividades, “con quién te juntás”, “a quién conocés”.

La fiscalía le preguntó si había una continuidad con el grupo que la secuestró y algunos nombres que mencionó en los distintos centros clandestinos: Haydeé imaginó que sí excepto en el Infierno donde no pudo ver a nadie.

Cuando la defensa le pidió algunas precisiones sobre la fecha la testimoniante les recordó que es justamente lo que tiene mayor dificultad para reconstruir “imaginate que no había ni un almuerzo para decir ‘este es el mediodía’, estábamos en la oscuridad…”.

Al finalizar su testimonio Haydeé agradeció y dijo “espero que les sirva mi aporte”.

A continuación declaró Gervasio Antonio Diaz, el hijo menor de Haydeé. Relató algunas situaciones que tuvieron que transitar como familia y señaló que el objetivo de contar algunos hechos del desarrollo de su vida privada es mostrar las consecuencias y las implicancias del rol del Estado genocida en su vida. En este sentido, también hizo hincapié en los silencios, la exclusiones y las dificultades de la vida en democracia como sobrevivientes y familiares recalcando que solo las redes de solidaridad y el encuentro colectivo le permitieron continuar con su vida familiar y social para estar hoy, con 49 años, declarando en este juicio. Es así como detalló aquellas herramientas y relaciones que a lo largo de su vida lo fueron sosteniendo y reconstruyendo.

“El caso de nuestra familia es un claro ejemplo de que la tortura y la muerte no empezó el 24 de marzo de 1976”. Gervasio nació en La Plata pero las agresiones, amenazas y persecuciones de los grupos parapoliciales los obligaron a esconderse en Tucumán en 1975. Su padre, Guillermo Díaz Nieto, se fue antes. Él, su hermano mayor Rafael y su madre, Haydeé Lampugnani, llegaron dos días antes del secuestro y desaparición de Guillermo y dos de sus compañeros. Su abuelo paterno, Rafael Diaz Martin, buscó a su hijo incansablemente pero nunca más tuvieron noticias de su destino.

Ante estos hechos tuvieron que volver a La Plata a comienzos de 1976. En septiembre su abuelo paterno fue a visitarlos y como no los encontró en la casa fue a tomar un café con un amigo, “el Bocha” Plaza, sobrino de Monseñor Plaza. Allí lo secuestraron. Fue un golpe duro para la familia porque era un hombre mayor y las consecuencias de ese secuestro fueron las que terminaron con su vida unos años después. Luego de varios días de ser sometido a tormento lo dejaron en la zona de Punta Lara. Cuando salió testimonió que había compartido cautiverio con jóvenes, menores de edad, lo que les sirvió para tomar conciencia de la magnitud del plan sistemático.

Con el secuestro de su madre el 5 de octubre de 1976 estuvieron en una “situación de secuestro” durante un mes, de la cual no recuerda mucho, hasta que fueron entregados a la familia. Ese 5 de octubre se habían quedado en la casa de Graciela Jurado con Liliana Violini que actualmente está desaparecida; Gervasio no puede reconocer si fue Liliana quien los protegió de los secuestradores de su madre pero si eso fue así quiso aprovechar esta declaración para rendirle homenaje.

Los abuelos maternos que vivían en Tolosa sufrieron allanamientos y amenazas ante el secuestro de Haydeé y decidieron enviarlos a vivir a Catamarca bajo la tutela de los abuelos paternos. Allí encontraron una familia grande en una ciudad chica, llena de gente conocida, que les permitía tener un mínimo de protección. Vivieron en Catamarca todo el año 1977, del cual ya tiene algunos recuerdos propios: relató el sufrimiento de las persecuciones, allanamientos y más. Hacia el año ‘78 sus abuelos les contaron que su madre “había vuelto” y para ellos empezó una etapa que supuso vivir pendientes del momento de volver a ver a Haydeé. Gervasio pudo reconstruir este momento a través de las cartas que su abuelo paterno intercambiaba con Haydeé donde les contaba su vida cotidiana, que estaban bien, sanos y con la familia. “Quiero dar cuenta de estas cosas porque la tortura no fue solo física, fue simbólica y psicológica no solo para quienes estaban secuestrados sino para todos”.

Cuando Haydeé fue “legalizada” volvieron a La Plata con sus abuelos maternos y empezaron a visitarla periódicamente. En su relato, Gervasio señaló la huella que dejaron en él esas visitas a su madre en Devoto. Este lugar le daba terror, las requisas siendo un niño, el sentir que no iba a poder salir, la imposibilidad del contacto, la frialdad del vidrio y el teléfono. “Siempre me sentí como parte de la tortura y del genocidio (…) sentí que eramos parte de la estrategia de la tortura”.

Lo que Gervasio quiso dejar asentado con estas anécdotas fue todo aquello que les permitió reconstruirse en estos años. En primer lugar la familia, que también estaba transitando un momento dificilísimo pero se sobrepusieron para protegerlos. En segundo lugar, todos los que estuvieron a su alrededor. Más adelante en la audiencia contó su vida en Cipolletti, luego de la liberación de su madre, el rol de los vecinos que los cuidaban mientras ella trabajaba, el director de la escuela de su madre que no la despidió a pesar de los rumores y de que la habían cesanteado de su puesto en la Municipalidad. A estas redes de resistencia y solidaridad se refiere Gervasio cuando habla de las herramientas que les permitieron seguir adelante mientras el Estado seguía persiguiéndolos y sometiéndolos a la injuria.

Otra cosa fuerte que les tocó vivir es ocultar lo que le había sucedido al padre y enfrentar el escarnio cuando eso salía a la luz. Relató lo conflictivo que fue su tránsito por la escuela primaria, la ausencia, las condiciones del silencio y cómo la escuela no pudo o no quiso acompañarlos. Las herramientas para enfrentarse a todo esto nunca vinieron de las instituciones sino de la solidaridad entre familiares, las Madres de Neuquén y del Alto Valle, Jaime de Nevares. Si no podían hablarlo en la escuela había otros espacios para expresar todo esto, salir a la calle, construyendo convicciones colectivas. Con el tiempo pudieron empezar a decir quiénes eran, hijos de quiénes eran; en este punto Gervasio reconoció a su madre y su esfuerzo por siempre contarles la verdad. “Desaparecieron a mi viejo y torturaron a mi vieja pero no pudieron cambiarnos la conciencia ni lograr que olvidemos sus luchas y sus sueños (…) estamos acá para contar quiénes fueron nuestros padres y qué les pasó (…) ya en el año 95 pudimos hacer una reconstrucción colectiva de la lucha de nuestros viejos (…) a ese silencio que nos sometieron pudimos combatirlo con la solidaridad”.

“No nos damos cuenta que llevaron adelante este genocidio pero además sostuvieron el poder durante tantos años (…) fueron muchos de terror y de angustia; después muchos de silencio y olvido; y por último fueron de impunidad”. Al finalizar su testimonio Gervasio quiso agradecerle a una generación que les dio algo por lo que luchar, “si alguna vez me preguntan que hice durante mi vida me gustaria que digan que traté de mantener la llama de la memoria encendida”.

El último testimonio de la jornada fue el de Hugo Pujol. Su hermana, Graciela Pujol, era estudiante ya avanzada de la carrera de Medicina en Córdoba. Fue secuestrada en 1976 junto a su compañero Horacio Olmedo. Para ese momento tenía entre tres y cuatro meses de embarazo. Su hermana y su cuñado estaban vinculados a la OCPO (Organización Comunista Poder Obrero).

“Estando en la cárcel me entero del secuestro de mi hermana, Graciela Maris Pujol”, explicó Hugo al Tribunal, antes de precisar que estuvo ocho años preso en la Unidad Penitenciaria Nº1 de Córdoba, siendo liberado dos meses antes de la vuelta a la democracia en 1983.

Explicó que Graciela pudo enviar “algunas cartas a través de conocidos. Sabíamos que estaba embarazada y que el bebé iba a nacer en febrero o marzo de 1977”.

Según sobrevivientes, su hermana fue vista en el Pozo de Banfield a principios de octubre de 1976. Contó que en agosto de 1978 sus padres recibieron una carta escrita a máquina firmada por Rubén Omar Bricio fechada en Chascomús diciéndoles que había estado con su hermana “en un lugar clandestino y ahí nos enteramos de que estaba viva”.

Sin embargo nunca dieron con ella, que permanece desaparecida.

“No dejo de tener la esperanza de que mi hermana haya podido tener su bebé y que ese chico que hoy debería tener 44 años algún día aparezca. Ya hice donación de sangre, igual que mi familia y tenemos fe de que podría llegar a suceder un “milagro” y que este chico, ya adulto, se pueda contactar por lo menos con los que quedamos todavía vivos”.

Hugo Pujol pidió “verdad y justicia para tener el corazón un poco más tranquilo y poder decir ‘el que la hizo, la pagó’” y consideró que es “muy importante que se haga justicia por la democracia y la Constitución”.

Un hermano de su cuñado, Gustavo Olmedo, también fue secuestrado. Sus restos aparecieron como NN en el cementerio de San Vicente, en Córdoba.