Reseña de la audiencia del 24 de agosto de 2021

AUDIENCIA 037 – 24 DE AGOSTO DE 2021

En la trigésimo séptima audiencia del debate oral con modalidad virtual del Juicio Brigadas Banfield, Quilmes y Lanús, escuchamos la declaración testimonial de Florencia Chidichimo y Cristina del Río, familiares de Ricardo Chidichimo, detenido-desaparecido caso en este juicio y la de Rubén Ares.

La primera testimoniante de la jornada fue Florencia Chidichimo, hija de Ricardo Darío Chidichimo, secuestrado y desaparecido el 20 de noviembre de 1976. “Quiero decir que estoy aquí como testigo porque a mi padre lo han secuestrado y lo han asesinado por militar políticamente, no por otra cuestión, ni por casualidad”. La testimoniante hizo hincapié en que, considerando que a 45 años del secuestro aún no tienen el cuerpo, debería aparecer la figura de homicidio de por medio.

Ricardo empezó su militancia en la Iglesia del Tercer Mundo, fue militante de la Juventud Universitaria Peronista y de Montoneros. Era meteorólogo, trabajaba en el Servicio Meteorológico Nacional y fue un referente importante de la Facultad de Exactas de la UBA. Cuando terminó sus estudios comenzó a militar en La Matanza en la rama política de Montoneros, estaba al mando del Partido Auténtico. La madre de Florencia, Cristina del Río, era trabajadora municipal de La Matanza, y militante de la Juventud Trabajadora Peronista.

Entre el 17 y el 20 de noviembre, en un operativo conjunto para descabezar la militancia de la región, fueron secuestrados Lafleur, Galeano, Rizzo, Jorge Congett “El Abuelo” y Ricardo Dario Chidichimo. La madrugada del 20 Cristina y Ricardo volvieron de un casamiento y se fueron a dormir. Escucharon ruidos y entró a su casa una patota armada: los golpearon, a Ricardo lo secuestraron, a Cristina la manosearon y discutieron si a ella también debían llevársela pero finalmente la dejaron allí, solo con plata para el colectivo. Allí empezó la búsqueda. Ellas se fueron a vivir a lo de su abuela materna y a Cristina la obligaron a renunciar de su cargo en La Matanza. Allí había creado el gabinete psicopedagógico pero tuvo que empezar de cero trabajando en los listados. Había desaparecido Ricardo, materialmente se quedaron sin su sueldo y tres meses después sin el sueldo de Cristina, sin casa a donde volver, perseguidas, la propia gente conocida les tenía miedo. “Eso sí lo lograron, lograron que sintamos estas cosas, pero no separarnos o callarnos. Y si, la justicia tarda, pero llega. Podría pedir perdón por la tardanza”.

Florencia calificó la búsqueda como “tortuosa”. Explicó que sus abuelos y su madre iban consiguiendo reuniones con distintas personas para averiguar algo sobre Ricardo. Una fue en Campo de Mayo, otra con Monseñor Graselli. Sobre este último señaló que pasados los años fue a buscar un informe de esta reunión donde aparecen unos números que señalan los grupos de tarea que participaron en los secuestros; el de su padre coincide con el de Jorge Congett, secuestrado el mismo 20 de noviembre, solo unas horas antes. “Me parece significativo esto. Porque es bastante críptico pero demuestra que era un plan sistemático”. Recordó a “El Abuelo”, Congett, un militante de La Matanza con más experiencia de quien sus padres aprendieron mucho pero con el cual también cultivaron una profunda amistad: “La militancia también estaba llena de afecto”.

Cristina, su madre, es la primera que empieza la búsqueda hacia afuera. Su abuela paterna, Nélida Fiordeliza de Chidichimo “Quita”, también comenzó a hacerlo y fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Iban asiduamente a la Iglesia Santa Cruz, conocieron a Astiz e incluso estuvieron el día que secuestraron a las Madres. Su abuela fue una de las pocas sobrevivientes de ese día y vio cómo se las llevaron, supo que Astiz las marcó con un beso, pudo declarar sobre esto y en el Juicio a las Juntas le gritó “Judas”. En una charla entre Cristina y Astiz, la madre de Florencia advirtió algo raro cuando él le preguntó si su marido “estaba en la joda” y le afirmó que estaban “todos muertos”. Cristina reconoció el uso de una jerga militar y no entendía cómo podía asegurar sus muertes cuando ellos reclamaban “la aparición con vida”.

En relación a la búsqueda y los datos que iban apareciendo “salieron dos informaciones desde adentro”, desde los centros clandestinos. La primera vez, alguien se acercó a la casa de su abuela, se entrevistó con Cristina y le dijo que Ricardo estaba bien pero que “se muevan rápido porque va a haber un indulto para fin de año”. En ese momento Cristina imaginaba que era un compañero pero en realidad  era otro militar, un represor, “El rubio” o “El rugbier”. Esto pudieron confirmarlo años después cuando Claudia Congett lo reconoció en el juicio de la Brigada de San Justo como parte de la patota que entró a su casa en la noche del secuestro de su padre, Jorge Congett. En ese mismo juicio Cristina lo reconoció en fotos como quien había visitado su casa.

La segunda vez fue en Zona Sur y no en Ramos Mejía. Un señor, al parecer el papá de uno de los liberados, se acercó a su tía en una plaza y le dijo que no dejen de buscar a Ricardo, que estaba en el peor lugar posible. Con el tiempo y gracias a los testimonios de sobrevivientes se enteraron que el último lugar donde lo vieron fue la Brigada de Investigaciones de Lanús, El Infierno. En su momento este primer dato de la zona los desconcertó mucho porque lo habían buscado por Zona Oeste -por eso habían ido a Campos de Mayo-, no entendían cómo había terminado en Zona Sur.

“Me acuerdo tener 15 años y estar explicándole a chicos de mi edad que era un desaparecido, y estamos hablando del año 91 o 92, había terminado hacia rato la dictadura. No era fácil decir que tu papá era desaparecido, tampoco fue fácil digerirlo, años de terapia. A los 3 años fui a terapia por primera vez, a los 8 volví por terrores nocturnos porque pensaba que un señor malo iba a entrar por la ventana. A los 18 volví, por supuesto (…) Si es difícil digerir un duelo, ni se imaginan poder transitar un duelo sin cuerpo, con perversión, con tortura, sobre una persona que lo que hizo fue militar políticamente” explicó Florencia.

Recordó que siempre estuvieron ahí, los actos, las inauguraciones:  “yo lo que tengo de recuerdo de los 24 de marzo son piernas, veía piernas y una foto a alta con la cara de mi papá. Piernas que caminaban y no dejaban de caminar, inquietas, buscando Memoria, Verdad y Justicia”. Un año su abuela fue a Exactas y pidió el analítico de su hijo, desde la Facultad le entregaron el título en un acto público. En ese contexto, en el 2006, Norita Cortiñas le dijo que tenía que leer la declaración de Nilda Eloy, porque fue la última persona que lo vio a Ricardo en “El Infierno”.

Florencia leyó la declaración de Nilda y encontró la mención que hace de su papá; este dato confirma lo que decía el certificado de defunción -de desaparición forzada- que ella retiró en los ‘90 de la secretaría de Derechos Humanos de la Nación y es que el último lugar donde vieron a Ricardo fue en El Infierno: “Una nueva capa de verdad aparece. El certificado lo fui a buscar en el 91 y la declaración la lei en el 2006, así se fueron armando las cosas en el tiempo, con estos tiempos. Y una familia que nunca dejó de estar comprometida con la causa, imagínense las familias que no pueden comprometerse con esta búsqueda, por las razones que sean”.

En un viaje que hizo por Venezuela se cruzó un compañero de HIJOS que le dijo “Raúl Cubas te está buscando”. “Ahí me enteré del último año de militancia de mi padre que mi madre no conocía porque habían acordado que como estaba embarazada no le iba a contar nada (…) Traer imágenes de alguna parte de mi papá es como armar un rompecabezas, calculo que con todos los muertos debe ser así pero con un desaparecido es más difícil armar la foto entera”.

Fue a la Comisión Provincial por la Memoria, en La Plata, a buscar el expediente de su papá en el archivo de la DIPPBA. Allí obran los Habeas Corpus que presentaron. Fue con su compañera Mariana Perez y ahí se encontraron con Nilda de casualidad. “Ahí que todavía nos podíamos abrazar nos dimos un abrazo, un abrazo (…) estuvimos una hora paradas hablando, paradas, ni siquiera nos fuimos a un café. Ahí entendí un montón de cosas”. Lo primero que Nilda le dijo es que durante su cautiverio en El Infierno llegó un grupo grande de San Justo con su papá, Congett, Galeano, Rizzo y Lafleur. Ella no estaba en la misma celda que ellos. “Ahora, recién en el 2011 empezaba a entender que el camino había sido San Justo y después El Infierno. Nilda me dijo algo clave: ‘El Infierno era un lugar de destino final’. Y destino final significa que los asesinaban (…) y se encargaron también de esconder esos cuerpos lo más que pudieron, porque todos sabemos que sin cuerpo es mucho más difícil comprobar un homicidio. Con alevosía y premeditación, porque este fue un plan sistemático, organizado” aseveró Florencia. Nilda le contó detalles de ese lugar: “mi papá a través de una claraboya que había todos los días daba el parte meteorológico y otro compañero que era cocinero decía recetas”, no comían ni bebían, juntaban agua en un zapato, había una pila de ropa y los hacían vestirse con eso cuando se los llevaban. “Que pena que Nilda no está” afirmó la testimoniante con tristeza.

Otra cosa que la testimoniante quiso agregar es que, en el 2019, como Ricardo era hincha de Banfield hicieron una conmemoración desde el club: “los 11 por la memoria”. Le restituyeron la calidad de socio y en un acto les entregaron su carnet. La fiscalía le pidió un par de precisiones. Allí Florencia aclaró que la noche del secuestro ella no estaba en la casa porque como venían de un casamiento se había quedado en lo de su abuela materna. Una parte de la querella le preguntó si el padre tenía algún apodo en la militancia y Florencia dijo que si: “Ricky” y “Alejandro”.

Al cerrar su declaración Florencia dijo que le parece importante estar acá después de 45 años: “quiero volver a repetir que son militantes, son 30.000, les pido que sea la máxima pena para estas personas y que sigamos haciendo justicia porque esto es solo la punta del iceberg, no son solo militares, sino civiles, también de parte de la Iglesia. Sigamos trabajando en pos de la justicia y de develar lo que quisieron tapar, abran los archivos. Y busco, busco y no encuentro. Busco en el olor a café con leche, en la sonrisa de su hija que no es más que la suya. Busco en los rincones del recuerdo que resisten al olvido. Olvido feroz que acecha este mundo ciego y cansado. Busco verdades de otros porque las mías, no las tengo”. 

A continuación, declaró Cristina del Río, quien fue esposa de Ricardo Chidichimo y testigo presencial de su secuestro. Comenzó relatando el día del operativo el 20 de noviembre de 1976. Estaban durmiendo en su casa de Ramos Mejía, en calle  Garay 319 y escucharon ruidos, habían vuelto de un casamiento por lo que les costó despertarse. Trataron de salir por el patio pero los atraparon cayendo desde el techo. Cuando lograron forzar la puerta de entrada, se tiraron encima de ella con una manta al grito de “no nos mires, no nos mires”. “Encontraron nuestros recibos de sueldo, yo trabajaba desde los 17 años en el municipio de la Matanza y él en el Servicio Meteorológico Nacional, encontraron la libreta de matrimonio y se sorprenden “estos son legales” dicen”. A ella la interrogó solo una persona, nunca le vio la cara, la maltrató y manoseo. Ambos venían de familias peronistas y tenían familiares que eran o habían sido militares.

Eran entre 10 y 15 personas vestidas de civil y fuertemente armadas, les robaron todo. Por su lenguaje y su expresión, por una arenga que Cristina reconoció como claramente militar, está convencida que era personal, tal vez oficiales, del Ejército. Esto lo comprobó cuando, a los meses del secuestro y mientras trabajaba en una guardería, apareció un oficial para avisar que estaban haciendo un operativo afuera y Cristina pudo reconocerlo como quien la había interrogado la noche del secuestro solo que esta vez estaba uniformado. Esa noche del 20 de noviembre, mientras se llevaban a Ricardo, le dijeron que se quedara media hora y se fuera de la casa. Fue a lo de su hermana y rápidamente visitó a su hermano en el Regimiento de Ciudadela para pedirle ayuda, pero este le dijo que él también estaba siendo investigado.

Cristina aseguró que ambas familias se han movido mucho en búsqueda de información. En una oportunidad su hermano mayor le organizó una reunión con un oficial de inteligencia que se presentó como el Teniente Primero Bravo de Ciudadela. Se encontraron en su antigua casa, en la que luego del secuestro ya no vivían, y le preguntó si su marido militaba y ella le contó que sí, primero en la JUP de Exactas de la UBA donde era referente y luego en el Partido Auténtico en La Matanza. Este señor labró un acta con su declaración y le dijo que su marido al momento estaba vivo pero que no podía darle más información.

Su madre y su hermana se encontraron con Monseñor Graselli, vicario castrense, que les dio una hoja con nombres y cruces rojas diciéndoles que si lo encontraban en esa lista estaba muerto. Su suegra presentó dos Habeas Corpus. Su suegro se puso en conexión con varias personas, tratando de organizar reuniones. En una oportunidad lo extorsionaron por dinero, vendió el auto para tener la plata pero nunca les dieron ninguna información. Quien estaba a cargo de La Tablada, Rearte, aceptó tener una entrevista con el padre de Ricardo si Cristina también asistía. La interrogaron como siempre por la militancia armada y ella dijo que no, que era una militancia política peronista. En un momento le preguntaron por el allanamiento y ella contó que esa noche le habían mostrado un papel que decía “Montoneros” y eso disparó un ataque de ira de Rearte. Le dijeron que no se iba a poder ir de allí y Cristina recordó el suceso como de los momentos en los que sus vidas peligraron.

“En ese momento no existía la condición de desaparecido. Lo buscábamos a disposición del PEN, en los regimientos, en las cárceles. No podíamos concebir que no iban a aparecer, eso fue muy difícil para los familiares”. A Cristina le ofrecieron una salida del país pero ella no podía imaginar irse y dejarlo a Ricardo en estas condiciones. La decisión que tomó para quedarse fue ponerse donde pudieran verla, volvió al trabajo en el que estaba hace 10 años en el municipio de la Matanza. Era profesora en Ciencias de la Educación y junto a otras compañeras habían armado el Gabinete Psicopedagógico. En marzo de 1977 la obligaron a presentar la renuncia ante la amenaza de echarla y “ponerle el sello de subversiva en la libreta”. “Perdí a mi marido, mi casa, el auto y la única forma de sustentación que tenía, mi trabajo de toda la vida, mi sueldo.” Se anotó en un listado de emergencia para trabajar como maestra aunque nunca había ejercido.

Los familiares concurrían a la Liga por los Derechos del Hombre, era del PC y allí se reunía información. También iban a misas y tiraban volantes que decían “los desaparecidos dónde están”; en ese contexto conoció a Gustavo Niño que era en realidad Alfredo Astiz. Conversaron 4 veces y le llamó mucho la atención todas las preguntas que le hizo, era un interrogatorio. Hizo referencia a la militancia de Ricardo como “estar en la joda” -palabras que solo usaban ellos- y le dijo que “estaban todos muertos” cuando entre los familiares circulaba la esperanza y la lucha por la aparición con vida: Cristina estaba convencida que era un infiltrado. “En ese momento lo que intentábamos era darle visibilidad a los desaparecidos, a los que estaba pasando, en la sociedad”; fue así como una vez que se encontraron en una plaza, Astiz apareció con Silvia Labayru diciendo que era su hermana. Silvia estaba secuestrada en la Esma.

El día del secuestro de las madres y las monjas en la Iglesia Santa Cruz Cristina no estaba pero si había ido su suegra. Luego de que Astiz las entregó, lo mandaron a infiltrarse en una sede de Amnistía Internacional en Francia. Sin embargo, allí lo reconoció una sobreviviente de la ESA que había logrado escapar. Inmediatamente mandaron una carta a las madres para avisar que Gustavo Niño era el Oficial de Inteligencia de la Marina, Alfredo Astiz. Cristina cree que el lenguaje que ella reconoció en Astiz no era el manejado por las madres pero que ella estaba familiarizada con el mismo por la militancia.

Mientras Ricardo estuvo en cautiverio recibieron noticias de él en dos oportunidades. La primera vez estaba sola con Florencia en la casa de su madre, donde vivían. Actualmente cree que esto no es casual sino que la estaban siguiendo pero en el momento pensaba que era un compañero, lo llamaba “Ricky” y reconoció a Florencia como muy parecida a su padre. Le dijo que habían compartido detención y que Ricardo estaba bien, animando y sosteniendo a les demás. Le avisó que para el 24 de diciembre iba a haber una amnistía a varios compañeros y que siga buscando por la Iglesia que estaba bien encaminada. En su momento todo le pareció lógico y le dio confianza pero luego se dio cuenta que no tenía sentido que Ricardo lo hubiese mandado a la casa de su madre, ni que supiera de sus búsquedas por el lado de la Iglesia: en el juicio por la Brigada de San Justo lo reconoció en dos fotos, era militar. Claudia Congett también lo reconoció en el marco del juicio a la Brigada de San Justo.

En enero del 77, una tía de Ricardo estaba caminando por su barrio en Zona Sur y una persona le tocó la espalda y le pidió que no lo mirara. Le dijo que le llevaba noticias de Ricky, de su sobrino, porque su hijo había estado detenido con él y le pidió que pase este mensaje. Estaban en “el peor lugar del mundo”, debían moverse rápido porque iban a matarlo.

Quien finalmente aportó datos fundamentales para conocer el recorrido de Ricardo fue Nilda Eloy. Ella declaró que durante su cautiverio en El Infierno llevaron a varias personas de San Justo y que a través de una pared un meteorólogo con apellido raro se puso en contacto con ella. Nilda le contó muchas cosas a Florencia, por ejemplo que Ricardo a través de la ventana que había en el techo les daba el parte meteorológico y eso los sacaba afuera, a recorrer a través de sus palabras.

Cristina recordó la militancia de Ricardo y a sus compañeros del Partido Auténtico, Rizzo, Lafleur, Galeano. En particular recordó a Jorge Congett, “El Abuelo”, a quien conoció en la militancia gremial de trabajadores municipales de La Matanza. Se hicieron amigos y compartieron mucho entre las familias. Jorge también empezó a militar con Ricardo en el Partido Auténtico. Actualmente están todos desaparecidos y Nilda los reconoce como parte del grupo que llegó a El Infierno desde la Brigada de San Justo.

La fiscalía le solicitó a la testimoniante algunos detalles. A raíz de esto Cristina explicó que cuando llegaron a su casa la madrugada del secuestro vieron algunas personas sospechosas en la calle. Además los vecinos salieron a defenderlos y los hicieron meterse dentro de sus casas a punta de pistola. Estos mismos vecinos vieron que a Ricardo lo metieron en el baúl de un auto y que había un camión del Ejército. Al suegro de Cristina le confirmaron tiempo después que las fuerzas que hicieron el allanamiento eran combinadas: del Ejército y de la Policía.

Cristina explicó que fue muy difícil pero que entre la terapia del acompañamiento y el apoyo familiar han podido sobreponerse. Armaron una red importante, su hija, su nuevo compañero José Luis y su hijo menor, Juan Manuel, los padres de Ricardo, sus suegros actuales, y su madre. Al finalizar su testimonio agradeció a su familia que la acompañó durante todo esto. Pidió justicia para Ricardo, para los 30.000 compañeros desaparecidos, pidió cárcel común y efectiva para los culpables. “A mi hija en los momentos difíciles siempre le dije que nosotros no íbamos a hacer nunca revancha, que no íbamos a tratar de manejarnos con el odio, que en este país iba a existir la justicia. Me emociona poder participar de todo esto y que se haya cumplido esto con lo que tanto soñé y con este sueño con el que crié a mi hija. Estoy muy agradecida a este país que nos ofreció la posibilidad de que se haga justicia, siempre tuve fe en mi país y por eso no me pude ir nunca. Y ahora tengo fé en la justicia.”

Además cerró su declaración recordando a la madre de Ricardo: “Quiero hacer un homenaje a mi suegra, Nélida Fiordeliza de Chidichimo “Quita”, que por cada año de desaparición de su hijo hizo un poema: A mi hijo Ricardo Darío que hoy cumple 30 años. Fue secuestrado el 20 del 11 del 76 en esta, su patria, que alguna vez fue llamada tierra de promisión y de paz. Tierra con madrugadas cargadas de odio con gente que grita, blasfema, arrasa. Tierra con gente que porta capucha, armas en las manos. Tierra que diste a mi patria hidalgos varones, patriotas cabales. Tierra no puede ser tuya esta gente que no tiene alma. Tierra donde tuve un hijo. Tierra donde se crio, estudió, donde se hizo hombre. Tierra donde formó un hogar, una hija engendró. Tierra donde se recibió, trabajó. Tierra donde lo perdí una madrugada triste ya hace más de dos años. Tierra hoy te pregunto a ti, temblando, ¿lo tienes tú?”.

El tercer testimonio de la audiencia fue el de Rubén Ares. Rubén comenzó a trabajar como policía en 1976, luego de 12 años de pertenecer a los Bomberos Voluntarios de Quilmes, y de trabajar en la fábrica Saiar. Estudió en la escuela Vucetich, y luego fue trasladado a la Brigada de Quilmes, como asistente del comisario Belich. Realizaba la limpieza de las oficinas y los dormitorios. Un domingo, día de la madre, en octubre de 1976, el cabo Gómez le pidió que lo ayudara a llevar una olla de comida a los “presos políticos”. Estas personas se encontraban en el tercer piso de la Brigada, con las manos atadas y los ojos vendados. Cuando llegaron al 3er piso, el cabo Gómez dejó que se desataran las vendas y las manos, para que pudieran comer. 

Ares contó que al poco tiempo de ese día, lo fueron a buscar a su casa una noche. Él vivía en una casa perteneciente al cuartel, como casero, ya que tenía problemas económicos. Llegaron varias personas a buscarlo, diciéndole que tenía que hacer un trabajo. Algunos eran sus compañeros: uno era de apellido Sosa, y el que lo había mandado a llamar era de apellido Alba. Recordó que “no sospeché en ningún momento, cuando llegamos a la brigada (…) que me cuidaban a mí”. En la oficina de la brigada, fue un señor a preguntarle dónde militaba. Entró el subcomisario Aguirre, le pidió el arma y le dijo: “nos va a tener que acompañar”.

Contó visiblemente conmovido que fue trasladado al Pozo de Arana, donde fue interrogado mientras sufría terribles torturas. Lo obligaron a punta de revólver a que firmara su renuncia. Luego fue llevado a la comisaría 5ta de La Plata, donde permaneció con otras personas atado y tirado en el piso de un galpón. Días más tarde fue trasladado a Banfield. En el momento de su secuestro, Rubén tenía una hija y su esposa estaba embarazada. Cuando en Banfield vio una mujer embarazada, se quebró emocionalmente. La chica lo consolaba. Las condiciones en las que permaneció, lo llevaron a situaciones límites.  

El 19 de enero de 1977, le dijeron que le iban a dar la libertad: “pibe, naciste de nuevo. Pero no te queremos ver por la provincia de Buenos Aires”. Le dieron 5 pesos y le dijeron que lo iban a dejar al costado de la ruta, mientras no se sacara la venta. Tenía mucho temor de que lo mataran; pero no fue así, por lo cuál comenzó a correr. Llegó hasta Burzaco, y pidió orientaciones para llegar a Quilmes. Fue hasta el cuartel de Bomberos voluntarios, donde lo recibieron y llamaron a sus familiares. Junto con su familia se fueron a vivir a Villa Mercedes, provincia de San Luis. Fue difícil para él conseguir trabajo estable. 

Rubén Ares declaró en el Juicio por la Verdad en 1999, a partir de un Habeas Corpus que había hecho su hermana cuando él fue secuestrado. “A mí me hace muy mal declarar” relató el testigo. Contó que después de su secuestro “Toda mi vocación, la de estudiar, la de ser bombero, todos mis proyectos quedaron en la nada”.